Por: Eider Abaunza
Cuando me enteré que el carebonito presidente de Venezuela había dado la autorización de que se abriera la frontera para que inversionistas colombianos pudieran trabajar en el vecino país, me alegré completamente, bastaba sólo con mirar la fantástica sonrisa que se me formaba en los labios mientras me comía un paquete de papas Margarita. Pensé, justo en el momento en que presentaron la noticia, que por fin el señor Maduro estaba reflexionando de la situación que vive su territorio y del bien que, en muchos lugares de Colombia, se les presta a algunos hermanos venezolanos; y para dar paso demostrativo a su preocupación, decide abrir la frontera que cerró definitivamente en el año 2015.
Tan emocionado estaba de esa noticia que no aguanté las ganas y pedí otro paquete de papas.
Sin embargo, días más adelante, me enteré del discurso del presidente chonchito, Iván Duque, en el XVI Encuentro de la Jurisdicción en Cúcuta. Mientras lo escuchaba -también comiendo- tuve que tomar más de tres vasados de Coca Cola para que me bajara el pedazo de carne con el que me estaba ahogando. ¡Qué fácil es desmeritar al otro! Yo invito al presidente Duque a que reflexione acerca de su gobierno. Y no, no soy mamerto ni muchos menos castrochavista, pero sí veo esperanza en esa decisión que ha tomado el bigote de brocha de Maduro frente a la apertura de la frontera. Y, ¿por qué no verla?
Claro, desde luego, felicito con mucho orgullo a Duque porque tomó primero la decisión de abrirla el 02 de junio de este año, pero me parece muy inmaduro que se ponga con esos discursos que sólo buscan generar división entre las personas. No sólo eso, sino que muchas de las cosas que dijo pueden ser utilizadas en su contra.
Dañé mi dieta sirviéndome nuevamente otro pedazo de carne, arroz y tres papas junto con dos plátanos fritos, porque la anterior comida no pude disfrutarla por estar echándole cabeza al asunto.
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