Elaborada por: Juan Rodríguez
Himno lleno de poesía, de poetas empedernidos a los vicios diarios de los paisajes que se ofrecen como si fueran una repetición inverosímil del cambio general que sufre el mundo, allá afuera de esos muros deformes llenos de naturaleza expectante. Cantantes llenos de patria que recuerdan la facilidad con que la naturaleza se exhibe sin miedo ante su público amante, y que en la noche baila al unísono de los gemidos de los grillos y las advertencias de los sapos como cantos de gloria liberal.
Los pasos justos no dan resultado de nada, y ni las cuentas le dan a quienes las repiten sin cesar pensando que son locuras del agobio insinuado. En el centro los modales reinan ante la comunicación viva de la indiferencia social, y en las esquinas más apartadas las putas se ofrecen como bebés recién nacidas con alas de ángeles doradas que se llevan a sus presas a la podredumbre y el goce instantáneo de la divinidad con la humanidad.
Homenaje real a las obras, que quedan enfrascadas en las palabras de los directivos, que no conocen ni son capaces de reconocer la realidad como medio propicio del vivir conjunto. Ajenos y con sus ínfulas gozan de las propinas obligatorias que lanzan a los rabiosos con el fin de poner fin a las quejas de los demás.
El directivo mayor se viste de rey, y camina con gafas que se empañan de un sudor lleno de sol radiante que le quema la vista como para quedarse ciego mientras transita en la verdad. Las putas lo llaman y el silencio responde, con pretensión de acallarlas para siempre.
Los cantos de la guerrilla liberal se esconden en los muros de las casas viejas, donde los abuelos aguantando hambre observan como máquinas el ir y venir del día, sin espera o razón, confundidos entre la idea del dormir y la de estar despiertos. Aún aguantan algo, esperando nada, pero siendo felices, con la decencia que les devuelve el ánimo de ser el único público sincero que observa sin prisa la alborada que lleva como nombre el lugar donde los pobres y los ricos aguantan sin poner quejas mayores. Al final del todo aplauden y se van a dormir, recién levantados, pero con la sensación de no querer despertar jamás.
Los artistas comen, las mentiras de la burocracia, y bajan las calles, con el estómago vacío y con las esperanzas por el suelo. Arrastran su futuro contra el asfalto caliente, que derrite de a poco, sus pasos repetidos. Cuando llegan a casa las madres sonríen a sus hijos de volver a verlos y sentir que están vivos, mientras los arropan con sábanas de cristal transparente, cocidas con una seda vieja, que deja pasar el frío de la noche, como advertencia de que algún día serán escuchados, pero que ahora solamente les queda ver los paisajes, junto a los abuelos solitarios y las putas aceitadas, que reflejan ante los demás, la realidad rutinaria que viaja con el sol y la luna como cómplices prófugos de una condena perenne.
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