Por Yeye
“¿Algo más que decir?” me preguntaron tantas veces cuando mis ideas eran simples. En mi mente solo existía una respuesta: “si me das un papel y algo con qué escribir sobre él, te lo diré”; pero, sonaba increíblemente estúpido y pretencioso en voz alta. Fue entonces, cuando esta niña con problemas al hablar, sin miedo a alzar su voz, comenzó a practicar, cambió sus cuerdas vocales por sus manos y sus letras.
¿Cómo es que estos poemas traen un sabor de melodía, de ese tipo de instrumental que suena en tu cabeza al ver el amanecer?, ¿cómo es que unas palabras que llegaron a esa hoja en un navío no son lágrimas saladas y ahora saben a té de durazno? No reconoces en qué momento una piedra sobre tu cabeza llega a ser tan bella como el cuarzo rosa que compraste en el mercado de pulgas la semana pasada. De eso se trata escribir, de pulir y organizar, de la pasión -no de la escritura exactamente- de sentir, enojarte cuando no sabes desarrollar tus ideas, escuchar el eco de la inspiración, emocionarte cuando logras tu cometido.
Para algunos, escribir implica los nervios de saber qué piensan sus lectores, sus amigos o familiares, para mí es el qué pensaré de esto en algunos días, meses e incluso décadas, ¿lo habré hecho bien?, ¿habré tocado el alma de alguien?, ¿a alguien nuevo?, ¿aquel ha gustado tanto de mi escrito que se lo ha robado? Es tal la adrenalina de no saber las respuestas, que en la mayoría de las ocasiones te avergüenzas de preguntar.
Explorar los horizontes de un beso en una frase, opinar sobre la divinidad, recordar, narrar, escribir tus pensamientos confusos y comprenderlos al leerlos, esconderte bajo un seudónimo o gritar tu nombre al aire esperando ser alabado -siendo este el caso más narcisista o triste porque no sabes si tienes la habilidad suficiente o has sacado provecho a ciertas oportunidades para triunfar-, escribirle al miedo, a la fantasía y a los sueños. Este es un oficio sin fronteras, sin límites, de consumo infravalorado, pero con una cantidad inimaginable de consumidores.
Tantas posibilidades y que no se venga una sola palabra a la mente cuando debas hacerlo es casi el colmo de todo escritor. Es la pasión, la obligación en el peor de los casos, la desesperación, el temor, la necesidad de expresar algo que no comprendes, explicar un tema al que nadie presta atención suficiente, la suerte, el dolor, la serenidad y la inspiración que te arrinconan a este baile infinito de encuentros/desencuentros, a este cuerpo de agua tan turbulento como el océano pacífico o tan profundo como el pozo de un patio en verano.
De esta manera, suena un poco severo, pero es que me parece increíble cómo algo que se te ocurrió a media noche y duraste tal vez diez minutos escribiendo, pueda llegar a ser la explicación de los sentimientos de otra persona, el poema favorito de un desconocido y cómo un proyecto de dos años se convierta en un libro olvidado e incluso odiado.
Por otro lado, no debemos sentirnos avergonzados de quienes fuimos, de esas personas dependía lo que somos hoy. Odiar tus escritos pasados es tan normal como amar los que acabas de hacer; de hecho, es bueno ser crítico contigo mismo. Eres lo que escribes, el poeta estadounidense Edward Estlin Cummings lo confirma cuando dice que requiere coraje crecer y convertirte en lo que realmente eres, le agregaría un poco de ambición a ese coraje de construirse a sí mismo. Como el saxofonista que necesita encajar con los otros músicos y aún así sobresalir entre ellos, es ese punto exacto en el que se encuentra a sí mismo en sus notas y la sintonía perfecta para ese jazz que en el acto y con las luces sobre él haga al público bailar a su ritmo.
Ocurre igual con la escritura, tal vez no tan ilustrada con el ejemplo anterior, los escritores de casa y parques romantizados no construimos los escenarios gigantes, ni con las luces que hagan brillar nuestro cabello e instrumentos, pero sí publicamos, recalco en este punto porque siento, no, creo que es el momento más alto en la ansiedad del reconocimiento, deshonra a Maslow y su maldita pirámide de necesidades que nos hace sentir incompletos sin ese alza de ego matutino; aún más para las personas que escribimos sobre nuestro miedo constante de fracasar como si expresarlo nos ayudara a mejorar.
Escribir resulta terapéutico para nuestra salud mental. Al menos, a mí me ha permitido dejar marcas materiales y físicas -o en forma de ironía, en una nube de mi computadora- de lo peor de mí. Exteriorizarse de tal manera es indispensable para la crítica, es como un reemplazo a la meditación y no sé si ya sepan del clásico dibujo del árbol en las terapias psicológicas, pero si no sabes dibujar o te avergüenzas de tus habilidades en ello, escribir es un escape distante de esas otras destrezas.
Parece que escribir es una tortura y que mis palabras de conforte no ayudan, pero quiero dejar en claro que escribir más que ser oficio, es el arte puro y completo por excelencia, crea escenarios y cuenta historias de la manera más clara posible, puede ser tan sencillo como observar “La última cena” de Da Vinci o tan complicado como comprender cada metáfora dentro de dicha obra pictórica.
Saoko papi soko
Escribes hermoso
Bella yeye, me encanto <3
q buena publicación ^^