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Foto del escritorMichael Barajas Pérez

¡Somos una familia más allá de lo normal!

Elaborada por: Eider Abaunza


Definitivamente yo creo que mi familia es diferente a las demás, que no es normal, que algo extraño pasa con ella. Los sucesos por los que atraviesa hay que verlos con lupa y agenda en mano y si es posible, llevarlos a investigación. Me atrevo a contarles por estas páginas una de esas situaciones antes de que mi mamá estrene, por ducentésima vez, el palo de la escoba en mi cabeza:

Era un domingo precioso, donde el sol sonreía con todas sus fuerzas y cantaban alegremente los pajaritos. Mi mamá, el día anterior, había quedado en despertarnos a las siete de la mañana para ir a la misa de diez en la catedral de la ciudad, pero mi abuela se tomó la delantera:

—¡Son las ocho de la mañana! ¡Nos cogió la tarde!

Nos despertó a todos, pues tenía la costumbre de prender la radio a todo volumen. Parecía que en otros tiempos mi abuelita era militar o monja. No importaba, esa era su alarma… nuestra alarma.

—Abuelita, son las seis de la mañana —corrigió, entre dormida, mi prima.

En mi casa, un domingo en la mañana, específicamente a las seis de la mañana, parece un concurso de brujas y disfraces. Mientras mi tía y mi mamá preparaban el desayuno, mi abuela estaba pendiente, en su mecedora, a que en la radio nombraran a los cumpleañeros para luego cantar a todo pulmón la canción de Diomedes Diaz. Mi hermano peleaba con mi primo porque ninguno de los dos quería bañarse primero; mi tío escogía la ropa, bueno, mi prima era quien se la escogía; el perro y el gato se juntaron para obsequiarnos una serenata, y ni hablar de la pequeña, la hija de mi prima, que entonaba sus fastuosos llantos mañaneros. Mi abuela le aumentó el volumen a la radio:

…y que los cumpla feliz, muy feliz, deseamos todos en esta reunión…

Mi papá y yo le estábamos echando agua al radiador del carro y revisando que el aceite estuviera en perfecto estado para el día que nos esperaba. Tengo que informarles que sólo existe un baño en la casa, un solo baño para diez integrantes de la familia. Una locura. Eran las 8:45 am y aún faltábamos la mitad por bañarnos. Las mujeres son las más demoradas, en especial mi abuela, que utiliza una peineta para alisar sus finos cabellos mientras está enjabonada. Sin embargo, no era culpa de nadie. Lo que generó la demora fue la ausencia del agua por media hora.

Ya cuando nos íbamos a ir, mi mamá vio que la habitación de ella estaba desordenada.

—Espere yo dejo arreglado siquiera mi pedacito de habitación.

Tratamos de decirle que la dejara así, que hoy era domingo, que no molestara, pero nos ignoró. ¡Que vaina tan demorada! Mi abuela aprovechó el tiempo para peinar sus muñecas y la primita para peinar la suya, que sí era bien fea esa cosa, parecía a Annabelle. Mi tío se puso hablar de cerveza con mi papá y mi tía, que era como loquita, hablaba sola de una novela que había visto de joven. Mi hermano, mi primo y yo jugábamos Free Fire, y mi prima le cantaba canciones de Ana Gabriel a alguien por el celular.

Eran las 9:30 am cuando mi mamá terminó de arreglar la habitación (sólo tendió la cama y guardó su maquillaje). Mi abuela cerró la puerta de la casa y nos subimos al carro y, para estar cómodos, tuvimos que jugar Tetris, porque somos diez personas.

—¡Ah! —Gritó mi papá.

—¿Pasa algo, mijo? —Preguntó mi mamá.

—Las llaves del carro quedaron adentro.

¡Patos al agua! Era necesario que todos bajáramos, puesto que la abuelita estaba en el otro rincón donde la puerta no servía y ella tampoco prestaba las llaves. Se hizo todo lo necesario.

Mi abuela cerró la puerta de la casa y nos ubicamos de nuevo en el carro. Mi papá lo encendió.

—Tengo “chichí”, Mami —dijo la pequeñita.

Que dolor de cabeza. Lo que faltaba. De nuevo nos bajamos, mi abuela abrió la puerta y la niña entró al baño. Salió del baño y mi abuela, cerrando la puerta, partió la llave. Mi papá se bajó y no sé cómo hizo, pero sacó el pedacito que había quedado dentro. Menos mal existía una copia.

¡Por fin! Arrancamos para la misa. Faltaba cinco minutos, por lo que decidimos mejor asistir a la del medio día. Y lo más triste: sufrimos largos trancones y cogimos los semáforos en rojo para que cuando llegáramos a la catedral nos dijeran que no podíamos ingresar.

—Los menores de edad no pueden entrar, menos la chiquitina —dijo la señora encargada de la entrada—. Los adultos sí, pero con pico y cédula. Hoy son los pares.

Vaya desgracia. Cinco somos menores de edad y los otros cinco sí tenían cédula, pero con terminación impar.

—Y sin tapabocas menos —dijo la señora, nuevamente.

Concluí, definitivamente, que no éramos normales: somos una familia más allá de lo normal.





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