Por: Juan Rodríguez
Ojos de amor, alma de soñadora, e historias que, si no conmueven, construyen corazones de oro.
Tres años antes de que la araucana Silvia Aponte diera su último respiro en la hermosura de la vida tuve la oportunidad de verla, ahí, de cerca, con sus hijos literarios, y con sus historias, que, quién lo diría, muchos años después, me llegarían a dar en el corazón de sus palabras.
Y es que Silvia es, si no, la definición del corazón en la literatura. Soñadora, llena de vida, y de valor. Y aunque no la conocí, creo profundamente en que los libros son parte de los escritores, y por tanto representan el valor de su vida. Como el espejo que vive en la ausencia, o en el silencio.
Para ese tiempo ella era una escritora, y yo un simple estudiante. Ahora ella es un recuerdo hermoso, y yo soy un escritor. Cada vez que la recuerdo es como que una parte de ella vive acá, en las calles que tanto dio todo lo que tuvo, y que aprendió algo, que le sirvió para siempre.
Esto es un hasta pronto, querida Silvia, y que nadie te olvide, porque donde estés, sé que sigues cautivando los corazones de los curiosos, y las almas, de las sensaciones.
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