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Foto del escritorMichael Barajas Pérez

Si algunos maestros de la política vinieran a mi casa

Terminé de apagar el televisor y me estaba preparando para descansar al lado de mi mujer. Iba con la cabeza llena de información, en especial una: la visita de la CIDH a Colombia y el anuncio de la reforma a la policía por parte del señor Presidente.

—¡Que coincidencia! —dije, pasándome la mano por el cabello.

Pero también me acordé de las cantaletas de mi señora y pensaba cuál de las dos situaciones era la más espantosa o graciosa, para que suene bonito. Sin duda alguna, mi casa y mi país son lo mismo, la única diferencia es que mi casa si está en buenas manos. Me acosté bastante preocupado.

En la cabecera de la mesa estaba mi hijo mayor, Álvaro; a su derecha yo. Los demás niños estaban alrededor de la mesa, sentados esperando el desayuno que mi señora esposa, su mamá, les preparaba desde la cocina. No podía creer la cantidad de hijos. De un momento a otro, los niños empezaron a gritar en la mesa. Intenté callarlos, pero no pude, es difícil callar una cantidad de “raticas” cuando tienen hambre.

—¿Tienen mucha hambre? —También gritó mi mujer desde la cocina. Llevaba puesta una camiseta blanca que decía “el Pueblo soy yo”— Si ven que es feo que los haga esperar. Llevo mucho tiempo esperando a que ustedes realicen lo que les toca. Pero no. No hacen nada. Solo tragar, dormir y engordar.

—Usted y lo que pide, mamá, es pura tiranía y parece una dictadura —dijo una de las niñas.

—¡Usted se calla, Paloma! Nadie le dijo que hablara. Está igual que su hermana Cabal —le contestó mi Señora a la niña.

—A mí no me compare con ella, mamá. Soy única. Yo sí estudio para no ser una vaga —contestó mi hijita María Fernanda Cabal.

Mi señora esposa regresó furiosa de la cocina y le pegó a Cabalcito por su grosería. Mi hijo Néstor Humberto Martínez se puso de pie para para defenderla, pero también llevo del bulto.

—La jugadita no les salió bien —dijo, entre risas, mi hijo Gustavo.

—¡No se ría mucho, Petro! —Mi esposa lo agarró de la oreja izquierda— A usted lo mandé a que recogiera toda la basura que dejó en la habitación donde ahora duerme su prima Claudia con Angélica. Y no siga opinando, jovencito. Haga mejor algo bueno por la casa.

—Todo es culpa de mi hermano Petro—dijo mi dulce y tierno hijo, Iván Duque—. Mi mamá está brava y la casa sucia por culpa de él.

—¡No repita lo mismo que su hermano mayor, Duque! —le gritó mi esposa, enojada— ¡Chao de la mesa!

Lo despidió, pero mi hijo mayor, Álvaro, le dijo que no se fuera, que ni por el “chiras” se la dejara montar por su mamá. Lo mismo le dijo mi hija, María del Rosario Guerra. Él les obedeció. Mi esposa estaba furiosa y cansada. En eso llegó mi otro hijo, Carrasquilla, y con gran alegría dijo:

—Mamá, encontré una docena de huevos a $1.800 pesos.

Mi señora esposa, que siempre va al mercado, sintió más furia, porque sabía que a él le gustaba mentir. Lo sacó corriendo de la casa. Después notó que mis hijos Armando Benedetti y Daniel Quintero se movían por todos los lados de la mesa y no se quedaban quietos en un solo lugar. También se llevaron su regaño.

Molano, mi hijo, que se ha salvado de unas, llamó a sus perros pitbulls para que atacaran a mi señora esposa, pero el primo Cepeda y Petro trataron de calmarlo. Sin embargo, Ernesto Macías, mi hijo el gallero, no los dejó hablar.

Todo estaba vuelto un caos en mi casa. Pronto llegó la salvación: a la puerta, la imagen de una señora de edad: mi suegra, la defensora de mi señora esposa. Mi hijita Martha salió corriendo para tratar de taparle la entrada, pero mientras corría, se cayó la pobre.

—¡Gracias a Dios que ha llegado la salvación para esta casa! —Grité, emocionado.

Me desperté de ese terrible sueño, que pesadilla tan fea. Giré mi rostro y contemplé el cuerpo de mi señora esposa, descansando como un ángel.

—¡Todo está bien! —Dije, y la abracé.

Elaborada por: Eider Abaunza



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