Por: Eider Abaunza
Siendo la hora de la cena, la familia Sanabria, después de tanto trabajo, toma asiento en la mesa para contar sus experiencias del día, como es de costumbre: los adultos del trabajo y los muchachos del colegio. Mientras comían, iban narrando cada cosa.
─¡Dios Santo! ─exclamó, asombrada, la señora Sara─ Aurelio, está muy gordo.
─¿Le parece, Amor? ─dijo el señor Aurelio, tocándose la barriga.
─Sí, mi vida. Ahora mire a los niños… Laura, está gorda y usted, Kevin, está igual.
─Por mí no hay problema, Cucha ─dijo Kevin, llevando a la boca una cucharada de arroz.
─Mami… no me digas eso porque que “ceba” estar gorda ─dijo Laura, con voz de creída─. Ahora me tocó ir al GYM con Mauricio.
Laura agarra su celular que lo tiene, como siempre, sobre la mesa del comedor y llama a su novio.
─¡Dios mío! Yo estoy igual ─exclamó, nuevamente asombrada, la señora Sara al ver su barriga.
La señora Sara se puso de pie y se dirigió a la nevera. La abre, mira unas cosas, coge de ella dos paquetes de queso, luego saca tres barras de salchichón y un paquete de mortadela. Vuelve a dejar las cosas en su sitio y cierra la nevera para después ir a los cajones de la cocina y sacar de ahí los paquetes de papas y gaseosas que tienen guardado.
─Hola, mi bebé ─le dice Laura a su novio por llamada─. Cosita, imagina que estoy pasada de kilitos, Amor… me tienes que llevar al GYM, al mismo que tú vas, mi gordo…. ¿qué? ¿cómo así que para qué yo eso? Bobo, porque me quiero ver sexy… no Amor, no. Yo no voy hacer ninguna…
─¡Dieta! ─gritó la señora Sara, regresando de la cocina y sentándose en la mesa nuevamente─ Nos tocó hacer dieta a todos. Empezamos mañana.
─Mi vida, usted está loquita, Sara… yo me veo común y corriente, como siempre he sido… así se enamoró usted de mí.
─Como un cerdo es lo que parece ya, viejo barrigón: “está de seis meses la que llamaban estéril”.
─Cucha, quite todo lo que usted quiera, menos la polita, el salchichón, las salchichas de tarrito, las papas, las gaseosas y los yogures ─dijo Kevin─. Además, Cucha, pille, macho que se respete tiene panza.
─Panza, bobo, no cosas deformes como la barriga de papá ─dijo Laura.
─Entonces, mañana salimos a trotar a las 4:30 de la mañana, ¿entendido? ─ordenó la señora Sara.
Todos reaccionaron: Kevin casi se ahoga con un pedazo de yuca, Laura casi se le cae el teléfono a la Coca Cola y don Aurelio tiró la cuchara al piso.
─Cucha, ni pa’ robar me levanto a esa hora.
─My mom estás toda crazy. Yo no me levantó a esa hora, ¡jamás! Además, tengo que dormir bien porque estudio en la tarde y no quiero llegar como un panda al cole… ¿qué pensarán mis Friends?
─Sara, Amor, esa hora es muy temprano. Y otra cosa: eso no sirve para nada.
Doña Sara se pone de pie y le da un golpe a la mesa.
─¡Gústeles o no, mañana salimos a trotar a las 4:30 de la mañana, para después ir a la tienda por pan integral!
─Y, ¿eso será el desayuno? ¿Pan integral con qué? ─preguntó don Aurelio.
─Con agua ─contestó la señora Sara─. El chocolate y el café engordan.
─Entonces, Cucha, no comamos nada.
─Apoyo la idea del enano, Mom.
─No, señores. La dieta no es no comer, es saber comer. A partir de mañana: levantada temprano, desayuno light, almuerzo potente y nada de cena ni comida chatarra. Vamos a durar así, al menos por este mes.
Todos protestaron.
─¡Ya dije!
…
La primera semana de dieta fue dolorosa, la segunda y tercera, pasable. Pero, durante la cuarta, se pudo notar una diferencia algo extraña: mientras tres enflaquecían, una iba engordando. Kevin y Laura se dieron a la tarea de ir detrás de su mamá para ver qué era lo que ella compraba para la famosa dieta que servía para todos menos para ella. Vaya sorpresa la que se llevaron: cada vez que la señora Sara salía de la casa a realizar compras, también se autoinvitaba a un desayuno y almuerzo en un restaurante no tan visitado del barrio.
Cuando se enteró don Aurelio, planeó, junto con sus dos hijos, que para la cena familiar comerían hamburguesas, perros calientes y gaseosas.
Mientras comían, llegó a la sala la señora Sara y, al ver la cantidad de comida chatarra en la mesa, se puso la mano en el pecho. Después de unos segundos, golpeó la mesa, gritando:
─¡RESPETEN LA DIETA, POR FAVOR!
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