Por: Juan Rodríguez
En Colombia hay un gran problema, quizás el más grande que puede tener. Pero cuando digo que Colombia tiene un problema, no me refiero al país en sí, sino a su gente, a los ciudadanos en general. Yo sé que quizás esto suene de ataque, pero es que no estoy en la visión del reflejo, porque me incluyo en ese sentido del problema del cual todos somos partícipes. No es como que vengo a comentar una cosa, pero desde la visión de quien ve la realidad desde el análisis. No, por favor, mi intención no es generar controversia, sino más bien para que estas palabras nos sirvan de introspección.
Hay una cosa grande que no entiendo, que por donde la vea siempre termina dando el mismo resultado. Es como si fuera un espejo gigante en la habitación abandonada donde todos nos encontramos. Y es también como si ese espejo no existiera. Un reflejo de visión, de nosotros mismos. Cada uno pasa por el frente de la imagen y se ve igual a todos. Llevamos el honor en nuestra memoria... pero no en nuestra vida. Es como si hiciéramos parte de todo lo que sirve, pero a la vez como que algo falla.
Porque uno pensaría a sabiendas de su responsabilidad que hace cosas malas... pero ese tampoco es problema, porque al final eso nos identifica y separa de la especie programada. Nos da el título de humanos. Es más bien como que todos llevamos lo mismo, somos lo mismo, y al parecer, seguiremos siendo lo mismo. Que, por cierto, cuando alguien se toma el atrevimiento de mostrarnos el sol, le guardamos un luto amargo, pusilánime, sin ganas, como a medias, como nuestro reflejo. Ustedes vieran, que ser colombiano es estar condenado, porque quien mueve el espejo muere, y quienes ven el reflejo se quedan aguantando. ¿Y ahí qué?... ¿y ahí qué?
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