Por: Marcela Tabares
Más no tengo sino mis ojos, que ansiosos te buscan y se pierden en tu oscuro suelo.
Más no te doy, sino los brazos y la codicia de mi cuerpo;
la enfermedad que me despierta tu alma con el llanto nocturno y sereno.
Te extiendo mis alas infinitas, para cobijar el templo de tus quimeras.
Poso sobre ti el dolor de los labios, la sed y la saliva.
Poso sobre ti la serena melodía de la lluvia, los dibujos del mar y sus guerras.
Más no te doy, sino lo que tus afectos me piden,
me desordenan, me desconciertan.
Ya escribí tu piel en las tablas de mi vida.
Los demonios y sus sombras ya no cantan, solo vigilan.
Dormidos en este lecho de ruinas, no ofrezco más que las líneas débiles de mi historia aguardando el triste final de tu despedida.
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