Elaborada por: Camilo Baéz
La historia política de Colombia ha estado marcada por un conflicto bipartidista que pareciera no tener fin. Finalizada la campaña libertadora en 1819 y una vez conseguida la independencia, el federalismo y el centralismo empezaban una disputa política que marcaría el ejercicio de la democracia en el país hasta nuestros días.
Sin embargo, la práctica política solo fue una cortina que permitió a los criollos ocultar sus verdaderas intenciones para con el poder estatal de la nación. La riqueza que no había sido saqueada por la corona española, sí sería arrebatada al pueblo colombiano por unos cuantos hijos de españoles acaudalados y poderosos.
Esta disputa por el poder llevó al pueblo colombiano a la guerra, seguida de la pobreza y el hambre. En palabras de Mario Bermúdez, el conflicto armado vivido en Colombia a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX - patrocinado por los godos y cachiporros -, trajo consigo la destrucción casi que total del territorio nacional, la muerte de cientos de miles de colombianos, la ruina de la economía y el acrecentamiento del odio entre las dos corrientes políticas que habían estado disputando el poder. Parece ser que en este punto de la historia la dignidad del pueblo colombiano se había perdido para siempre.
Con un país al borde de una nueva guerra civil, en la década de los 40 del siglo XX aparece como esperanza política de la nación, el caudillo Jorge Eliecer Gaitán, quien tras entender las necesidades de desarrollo que el Estado requería, logró trasmitir a través de su discurso y oratoria el sentimiento de hermandad y unión que la ciudadanía colombiana había estado esperando.
Lastimosamente - al ser una amenaza para la clase política que hasta el momento había dirigido el país - el caudillo era asesinado en las calles de Bogotá el 9 de abril de 1948, y con él, moría la esperanza de la construcción de un Estado que respetara la dignidad de sus ciudadanos.
Al parecer el ideal de aquellos que murieron durante las batallas de la independencia en suelo nacional, había desaparecido. La memoria del pueblo colombiano estaba marcada por una mancha de sangre que había dejado una guerra sin sentido, fomentada por una franja política y social de la población, que, además, saqueaba al país mientras sus ciudadanos se masacraban los unos a los otros en las calles.
De ahí que, los últimos 60 años de historia colombiana hayan sido escritos con la sangre de miles de colombianos que se vieron afectados por las consecuencias de las malas decisiones políticas y económicas tomadas por aquellos presidentes apasionados por la guerra.
Sin embargo, en medio del conflicto armado generado por el narcotráfico entre 1980 y 1990, surge un movimiento social impulsado por la juventud y estudiantes de la época. Los consensos llegados en las mesas de concertación entre el gobierno nacional y protestantes se extendieron a las urnas por medio de la séptima papeleta. La asamblea nacional constituyente estaba a la vuelta de la esquina, los enemigos del conflicto bipartidista habían logrado su objetivo, llamar a la diversidad para construir un documento democrático en donde según Diana Uribe “quepamos todos”.
A pesar de que la constitución de 1991 - contraria a la de 1886 -, aceptó el pluralismo cultural y étnico inherente de Colombia, esta también negó y privatizó la responsabilidad del Estado sobre algunos derechos de la ciudadanía colombiana, lo que le permitió desde entonces a los gobiernos ejecutar reformas fiscales, laborales y a la salud que, evidentemente irrespetaron la humanidad de sus ciudadanos.
Por lo anterior, Colombia vive en estos momentos una revolución que busca recuperar la dignidad que fue usurpada a sus ciudadanos hace más de un siglo por los abuelos de aquellos que hoy ostentan el poder. La población civil enfurecida y abandonada en las últimas 3 décadas por el gobierno nacional, se arma de fuerza y voluntad, se viste de esperanza y lucha por la patria.
A decir verdad, la lucha que hoy emprende la sociedad colombiana no es por la patria de Bolívar y Santander o la de Gustavo Rojas Pinilla y Alberto Lleras Camargo, sino por la patria de Policarpa, por la patria de los 14 lanceros del llano, por la patria del caudillo Jorge Eliecer Gaitán y del periodista Jaime Garzón, por la patria de la diversidad cultural y étnica, por la patria de nuestros campesinos e indígenas, por la patria que fue allanada por los privilegios de algunos y doblegada guerra. Aquella patria que se creía muerta y que hoy le reclama a 200 años de historia política clasista e imperialista, el lugar que le corresponde en el Estado.
Contrario a la información divulgada por los medios de comunicación tradicionales del país, la movilización social está conformada por ese sector de la población olvidado y odiado por el gobierno nacional, personas que lo único que tienen que perder es la vida, porque lo demás ha sido arrebatado por quienes criminalizan el grito de dignidad que se escucha al unísono por todas las calles de las diferentes ciudades del país.
Aparentemente el sentimiento de fraternidad e igualdad era el ingrediente que le faltaba a la receta de la lucha por la dignidad. La revolución social dirigida por la juventud colombiana ha contagiado a cientos de miles de ciudadanos que se han unido a la búsqueda de la construcción de un país digno e íntegro.
La situación política y social que atraviesa el país hoy en día solo demuestra que la esperanza no murió con el caudillo aquel fatídico 9 de abril. Sin lugar a duda, el idealismo utópico detrás del sueño de cimentar un Estado que dignifique a sus ciudadanos no había desaparecido del corazón de los colombianos y es ese sentimiento el que alimenta y mantiene en pie el espíritu de lucha por la dignidad.
Sin embargo, no hay que bajar la guardia. No debemos repetir la historia, estamos llamados a ser la ruptura del paradigma de la guerra en el país; no somos federalistas ni centralistas, tampoco godos ni cachiporros y mucho menos de izquierda o derecha, somos ciudadanos colombianos que esperanzados buscamos el respeto por nuestra humanidad.
La esperanza sumada de todos aquellos que luchan en las calles conseguirá la dignidad, así como, el aliento de los que lucharon contra los españoles trajo consigo la libertad.
Comments