Por: Camilo Rodríguez
Ahí estaba ella al otro lado del bar, en su mano sostenía lo que aparentemente era una copa de vino tinto y un cigarro a punto de perecer; su cabello rizo, un tanto enredado por el trajín de la jornada, la hacían ver maravillosa, no pretendía ser alabada ni mucho menos el centro de atracción, estaba ahí inmersa en sus pensamientos vagos, producto de cada cosa absurda que pasaba cada día, aun así se veía hermosa, pues su mirada profunda, absorbía cada segundo de mi atención como si fueran un par de agujeros negros, que en la distancia me tragaban sin dar tregua alguna.
Por mi mente pasaron muchas cosas, entre ellas la idea de que por alguna razón estábamos en el mismo lugar aquella noche; una rara sensación recorrió todo mi cuerpo, y sentí ganas de levantarme de aquella mesa ubicada en el otro extremo del lugar, para llegar a ella y cruzar palabra. Mi cobardía fue tanta que solo pensé en el rechazo de aquella mujer y obligué a mi cuerpo a permanecer sentado; tantos tropiezos a lo largo de mi vida, una vez más me hacían dudar.
El efecto del alcohol en mi cuerpo, comenzó a hacer su trabajo, y desinhibido salte abruptamente de mi silla, me acerque silencioso a la barra y sin pensarlo dos veces, le pedí al cantinero una copa para ella, solo esperaba que este fuera el boleto para mi ingreso triunfante en su visible burbuja; ahora solo quedaba esperar que sintiera curiosidad y levantara sus ojos y dejara de ver el cenicero con desdén, y se aventurara en búsqueda, de quien de forma atrevida pedía pista para acercarse, pero nunca pasó.
No podía creer que mi táctica, tan trabajada por tantos años en mi lógica de conquista, no funcionara; era la prueba fehaciente que aquella mujer no pretendía absolutamente nada en ese bar, solo estar ahí, en su momento de reflexión interno, buscando quien sabe que, escudriñando en lo profundo de su cabeza razones a algún suceso en específico, o simplemente, tenía su mente en blanco, así como yo estaba ya, sumergido en el mar de la angustia por no saber qué hacer para que notara mi existencia.
Pasó una hora más y yo no podía entender, como una mujer tan hermosa estuviera en ese bar sola, me costaba comprender que la inquietaba tanto, para preferir estar ahí, absorta; sin dar muestra alguna de que le importaba un poco lo que pasaba a su alrededor, era incomprensible para mí porque siempre creí que mujeres así solo podían esperar encontrar con quien platicar, ser alabadas, y dejarse tratar con galantería por buitres que como yo solo esperaban divertirse un poco, y si tenía suerte tener la oportunidad de propiciar un nuevo encuentro.
No aguanté más y me dejé llevar, llegue a su mesa y sin mediar palabra me senté frente a ella, y extendí mi mano como muestra de buenas intenciones, ella indiferente levantó su mirada y me observó de arriba abajo, yo solo esperaba tener bien apuntada mi camisa y tener los dientes limpios, mientras pasaba por ese escáner visual al que era sometido; sin esperarlo, sonrió y estrecho mi mano, ¡pensé eras un cobarde a fin de cuentas!, me dijo.
Jamás imaginé que sus primeras palabras fueran para vituperarme, sin embargo, me sentí bien porque en esa leve sonrisa, noté que era consciente de mi presencia, y de mi atención puesta en ella. Yo solo quería impresionarla, que viera en mí un hombre en quien confiar, saber a ciencia cierta que la traía a este bar de mala muerte, en donde yo solamente iba cuando la soledad me embargaba; porque ella a diferencia mía, no parecía pertenecer aquí.
Pasaron los minutos y poco a poco me fue contando de su vida, sus pasatiempos, su color favorito, aquellas cosas que odiaba, sus sueños más anhelados y sus peores fracasos; sentí por un momento que había logrado entrar en su corazón, pensé que al lograr esto tendría la oportunidad de conocerla mejor, de comprenderla más, y en definitiva iniciar nuestra historia. Yo solo quería escucharla, dejarme endulzar por el sonido de su voz, verla fijamente a los ojos y hacer que sus mejillas se sonrojaran, éramos solo los dos, por un momento también me desconecte de lo que a nuestro alrededor pasaba, me tenía inmerso en su ser.
Estaba tan concentrado en ella y en cada palabra que pronunciaba, que perdí la noción del tiempo, corrí al baño porque ya mi vejiga no aguantaba más y era necesario alivianar mi vientre, nunca pensé que pasaría lo que mis ojos vieron una vez regresé, ¡ya no estaba!, la busque por todas partes, pero nada, pregunté por ella y nadie pudo darme razón de la existencia de la dama de mi noche, simplemente desapareció. Nunca pude decirle nada de mí, lo que pude apreciar en ella, las razones de mi acercamiento; si lo pienso bien solo me quede ahí dejándola ser, y me olvide por completo de la reciprocidad que debió tener aquel momento.
Aún sigo volviendo a aquel burdo y sucio bar, con la esperanza tonta de volverla a ver, para aprovechar cada efímero segundo y mostrar mi interior, quizá corra con la suerte de que me escuche, y realmente pueda propiciar el anhelado segundo encuentro.
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