Escrito por: Juan Rodríguez
Es el hombre que, por excelencia, todo mundo debería de conocer. Amable, gentil, lleno de vida a pesar de su edad, y con ideas tan revolucionarias que en su caminar aplasta pequeñas guerrillas que lloran mientras lo ven alejarse. Es el padre que nunca tuve, o el abuelo que nunca vi, o el hombre que quiero ser.
Escribe tanto que tiene una caja completa de textos y de historias que cuando las lee parece vivirlas y darles esa vida que tanto necesitan para poder existir. El hombre más inteligente que he conocido en toda mi vida, y el único capaz de entender el mundo al derecho y al revés. Tiene la experiencia de un hombre antiguo, y la emoción a flor de piel de un niño que se maravilla con el mundo.
Lleva sus textos a donde sea que vaya, y ha visitado tantos planetas como se lo ha propuesto. Conoce la versión del Quijote latinoamericano y vive siendo tan humilde que desde el balcón de su casa las señoritas danzan mientras los hombres cortan el fuego a la imaginación. Un día estuve imaginándome un baile de un jazz suave y Francisco apareció solamente para enseñarme que el llano es, como lo define, la mancha verde que siempre se ve en el horizonte.
Conoce tan bien los secretos del mundo, que en la música aguanta hasta trescientos pasos seguidos y no se cansa. Las monjas mojadas esperan en la cama la espera de Dios y del cambio de la configuración general, pero Francisco, con sus textos en mano, es la centella más radiante que ha podido tener esta ciudad.
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