Por: Yeye
En Roma, hay un punto que conocían los iniciados hasta el siglo XIX, y desde el cual, con luna llena, se ve un cielo abrumado de estrellas con movimientos como extrasístoles. Explosiones que corroboran las dolencias de aquellos iniciados.
Estas dolencias no son más que noches de platos vacíos y vasos secos en mesas rasguñadas por gatos gordos que se montan a ellas y roban la comida de sus dueños “¡una plaga!” proclaman algunos, por no decir que son pocos, otros que son felices viendo a sus mininos comer y atragantarse con su anorexia y semanas de trabajo arduo, la otra mitad simplemente no sabe qué pensar, no sabe si estos gatos son reales son o los mismos demonios del infierno tratando de castigarlos por las limerencias que sintieron y dañaron a otros por aquel desespero en su pasado, tal vez castigos por sus mentiras, por sus miedos y cosas de las que aún no se condenan y se hacen llamar inocentes.
Cada domingo a las cinco o seis de la mañana los iniciados se reúnen en el punto central de la ciudad: la plaza, para comprar el pan, las fresas, el carísimo café, los granos y los deliciosos panqueques de Marie, panqueques tan anhelados que incluso se forman peleas en la entrada para comprarlos mientras estén calientes y llevarse la mejor miel con ellos. Después de esta acalorada y completamente innecesaria riña (pues la señorita Marie hace suficientes panqueques y tiene suficientes mesas para todos), comienzan a hablar de los gatos que han estado apareciendo de la nada en sus calles, en sus camas y sus pesares que al que sí logra dormir les causan pesadillas, y buscando una explicación de estos seres que en el desespero de los iniciados se le han asignado teorías y leyendas tan paranormales que parecen la creación de una religión.
Cuando vuelven a sus casas esa noche, precisamente ese 29 de marzo en el que las estrellas chocaban unas contra otras, sus cocinas olían a pachulí, un hedor tan fuerte que hasta las motas de los gatos que anteriormente se metían en sus ojos y ya hacían parte de la familia, escapaban de allí, se desintegraban y se desvanecían dejando un hogar vacío y triste “¡¿Dónde están los gatos?!” Gritaron en todo el pueblo.
¿Dónde están los gatos? Hasta el momento no sabemos, solo sabemos que causaron infecciones, olores en cocinas que nunca salieron sin importar la cantidad de cloro que le chorrearan en los pisos y dueños desolados que extrañan acariciar a sus gatos.
Hoy, 2 siglos después, aquellos gatos fueron ángeles que desataron el desespero y nuevos amantes de estos seres. Hoy extrañamos a los gatos, existieron tanto que solo desaparecieron, vivimos con los dibujos y nos hacemos ideas por las historias de los abuelos que hablan de sus abuelos. ¿Dónde están los gatos?
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