Elaborada por: Eider Abaunza
Suena la campana como de costumbre a las 7:50 de la mañana para dar inicio a las clases en el seminario. Como también es de costumbre, hasta ahora me estaba peinando los tres pelos que tengo para no llegar mal presentado al salón porque qué pena con los compañeros. Una presencia como yo no debe andar mal presentado por ahí. Cuando llegué al salón me di cuenta que la puerta estaba cerrada y otros dos compañeros conmigo afuera. Era la clase de filosofía y perderla era como perder un puesto para ir a ver ballenas.
—¡Profe! —gritó Alexander, uno de mis compañeros, mientras golpeaba la puerta— Déjenos pasar, por favor. No sea como Claudia López que le gusta estar cerrando la ciudad y no dejar pasar a nadie. Usted es bueno, tenga misericordia.
No hubo respuesta del otro lado de la puerta. Sin duda alguna mi compañero de curso era muy amante a la política, pensé, por las comparaciones que hacía. Como la voz del profesor es bastante fuerte y alcanzábamos a escuchar la clase, resolvimos sacar el cuaderno y tomar los apuntes necesarios. Era una clase al estilo pandemia COVID: al otro lado del salón.
—Este filósofo dice que el elemento primordial es el agua. Cinco para el que diga el nombre del presocrático —dijo el profesor.
—¡Cristiano Ronaldo! —Gritó Edward con fuerza para que el profesor lo escuchara.
Uno magister en política y el otro en fútbol, pensé nuevamente. No me atrevía a responder porque no recordaba las respuestas de la clase, es más, no recordaba haber estado allí.
—A este filósofo se le llamaba el “oscuro” por sus escritos —nuevamente habló el profesor—, cuyo principio era el fuego y para él todo estaba en constante cambio. Cinco para el que…
—¡Gustavo Petro! ¡Petro! —Contestó Alexander, emocionado por su saber.
O el profesor en verdad no escuchaba o se hacía el de las gafas, como Santos en la comisión de la verdad, pero daba tristeza que mis compañeros contestaran con tal ánimo y no recibieran respuesta. Me acordé del señor Raúl Carvajal que nunca recibió respuesta del caso de su hijo. Llegué a la conclusión de que el profesor nunca les iba a contestar.
—Además de filósofo es matemático…
—¡Cuadrado! ¡ese es Juan Guillermo Cuadrado! —Contestó Javier Fernández Franco, digo, Edward, simplemente Edward.
Me estaba empezando a confundir. Era una mezcla entre filosofía, política y futbol en la misma olla. Empecé a contemplar la maravillosa idea de contestar la siguiente pregunta que emitiera el profesor.
—Es célebre por la frase “sólo sé que nada sé” …
—¡Ernesto Samper Pizano! —Contestó el joven Tomás Uribe… perdón, es decir, Alexander.
Yo tenía dudas con esa respuesta porque por un lado sí estaba Samper, pero por el otro tenía a Uribito y JuanMa. Apoyé, en silencio, la respuesta de mi amigo como Pastrana a Vargas Lleras.
En ese momento hubo un silencio en el salón. Se escuchaban pasos dirigiéndose a nosotros. Efectivamente, la puerta se abre y se asoma la tierna cara de un hombre que al parecer es como cheff porque convirtió a Colombia en una sopa: mi profesor era Iván Duque, magister en filosofía, filólogo y licenciado en inglés, egresado del Centro Democrático… perdón nuevamente, de Harvard.
—Los dejé por fuera porque… porque —el profesor parecía no encontrar una respuesta adecuada, como siempre—… porque así lo querí.
Nos dejó ingresar al salón y fue entonces cuando me di cuenta que verdaderamente me había dejado contagiar por mis compañeros: estaban sentados en la clase Milla Moreno, Santiago Valencia, María Cabal, David Ospina, Mario Castaño, Horacio Serpa, Edwin Cardona, Laura Fortich, Maritza Martínez, Yerry Mina, Soledad Tamayo, James Rodriguez, Sergio Fajardo, Radamel Falcao, y Gustavo Bolivar.
—¡Bienvenido a Colombia con “P” mayúscula! ¡la cuna de los filósofos!
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