Elaborada por: Juan Rodríguez
Tienes unos labios en el alma que hacen marchitar todas las flores. Tus ojos son más bien un río contaminado de resentimiento y orgullo equívoco. Me pregunté la primera vez si transformabas el metal en oro, y simplemente lo oxidadas.
Erika Verónica, ¿por qué tanta amargura? ¿Ya no hay paisajes que te llenen las mejillas de los chismes rutinarios de los vecinos desamparados? ¿Has dejado de soñar y te has convertido en una pesadilla?
Ayer pasé por la institución, y sigue igual de corrupta, ni me vieron, pero yo les grité y salí corriendo. Quizás tengo tus síntomas prematuros, ¿tuberculosis? ¿Anemia?
Erika Verónica, espero no verte nunca más, has molido el cielo, y desde que te fuiste no guardo tus cartas, ni las leo, las abandono o se las regalo como ilusiones a los desamparados.
Yo sigo en la ventana gris del metal dorado, y los chismes vuelan muy rápido, incluso supongo que cuando leas esta carta ya habrás sabido todo.
No te guardo rencor, solamente quiérete un poco, tienes dos hijos y te quieres quitar la vida. No son mis hijos, pero tampoco puedes ser tan descarada.
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