Por: Eider Abaunza
Iván Duque reunió algunos políticos para celebrar el día del amor y la amistad en la Casa de Nariño. El problema bien grande para el Ivancho, aparte de no hablar bien, fue el de enviar las cartas de invitación. No es fácil para un pobre presidente meter en una sola caja perros, gatos y ratas. El número de invitados fue fijo porque “no hay cama pa’ tanta gente” y tampoco hay mucha plata por la construcción de las dos casas en Providencia.
El primero en llegar a la reunión fue Peñalosa con su cabello y barba que parecían el Nevado del Ruiz, pero en decadencia. Después llegó la alcaldesa de Bogotá, el expresidente Uribe y Santos, el ministro de salud, Gustavo Petro, Martha Lucía Ramírez, María Fernanda Cabal, Alejandro Gaviria, Karen Abudinen y Jennifer Arias.
—Los he reunido porque quiero jugar al amigo secreto con ustedes —dijo el Ivancho.
—¿Amigo? —reaccionó Uribe— Si acá hay uno que me traicionó.
Juan Manuel Santos le hizo muecas a Uribe y le restregaba en la cara la palomita que llevaba en el bolsillo izquierdo de la camisa.
—¿Secreto? —dijo Gaviria— Secreto el que yo tengo para mi campaña independiente.
—La revista SEMANA ya lo reveló, mijo —contestó Uribe.
—Esa revista sólo habla mierda —intervino Petro.
—La idea es hacer de este encuentro un momento de paz —dijo Ivancho.
—Yo soy experto en la paz —dijo Santos—. Tengo un Premio Nobel.
Ivancho se sentó a escribir los nombres en los papelitos. Los invitados se dividieron en grupitos. Cuando terminó, el presidente se dispuso a entregar los papelitos.
—A ver, Claudia, saque muy bien el papelito. Sin hacer trampa. Aún no lo vaya a ver hasta que yo le diga, porque usted es muy terca. Siempre me lleva la contracorriente.
Y así sucesivamente pasó por cada integrante. Terminado de entregar los pedacitos de papel, dio la orden para que los abriera.
—¡Jueputa! —exclamó Uribe cuando leyó “Gustavo Petro” en su papelito.
—Y yo a éste man que le regalo —dijo Fernando Ruiz cuando descubrió que su amigo secreto era Alejandro—. Le voy a dar un seguro médico para que cuando se vuelva a enfermar, se sane y escriba otro libro.
—Me salió Cabal, Dios mío —dijo Duque—. Le voy a dar la presidencia de Colombia. Pa’ que más regalo que ese.
—Le voy a dar unas instrucciones a Claudia de cómo debe manejar Bogotá… ah sí, mejor regalo no puede haber que una buena enseñanza —dijo Peñalosa cuando supo que su amigo secreto era su sucesora.
—¿Qué le gustará a este tonto? —dijo la exministra de las TIC— Ah, pero ya que me acuerdo: a él le llegan unas monedas de oro… bueno de bronce. Pero si ya es presidente… no, mejor me voy a abudinear un diccionario de la RAE y se lo regalo.
—¡Ay, sí! —exclamó la metense— Me salió Uribe, mi precioso viejito, mi mentor.
—¡Yo me saqué a mí misma! —gritó Marthuchis. Se levantó de la silla para cambiar el papel, pero la pobre anciana se cayó.
—Tan bobos —dijo Petro, riéndose—, creen que me voy a poner a jugar eso... mejor los felicito por Twitter. Tanta bobada. Ni en el M-19 hicimos eso.
Después de que ya todos los integrantes habían visto el nombre de su amigo secreto, vino un momento de silencio. Duque tomó la palabra:
—Aprendamos de nuestros Padres Ingleses el afecto y amistad que hay entre ellos.
—Así como Trump —dijo Mafe Cabal con suspiro—. Cuando sea presidenta voy hacer como él.
Alejandro Gaviria, Petro y Peñalosa la vieron de reojo.
—Bueno, el regalo tiene que ser de máximo diez millones y mínimo nueve.
—¿Por qué así? —Preguntó Jennifer Arias— Eso está muy caro.
—Porque así lo querí —Concluyó Duque.
Todos hicieron un gesto de molestia y se levantaron de la silla tirando los papeles al piso.
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